El rey Nabucodonosor y su amada Babilonia.

“Entonces Isaías dijo a Ezequías; Oye palabra de Yahweh: he aquí vienen días, en que todo lo que está en tu casa…será llevado a Babilonia, sin quedar nada…Y de tus hijos…tomarán y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia…He aquí yo traigo el mal sobre Jerusalém…y yo limpiaré a Jerusalém como se limpia una escudilla…Y desampararé las reliquias de mi heredad, y entregarlas he en manos de sus enemigos; y serán para saco y para robo a todos sus adversarios”.

(2 Reyes 20: 16-18; 21: 12-14)

Durante siglos Dios había enviado a sus profetas amonestando a Israel por sus falsas idolatrías y cultos satánicos. Por las injusticias hechas en la tierra, el abuso de poder, el olvido de los más desfallecidos y necesitados. La manipulación de la ley para ganancias de una cúpula en detrimento del pueblo, falseando el derecho y la piedad que Dios había demandado hacia el prójimo. Atalayas ciegos, guías de ciegos, ignorantes, como perros mudos que no pueden ladrar, mirando cada uno solo por sus propios caminos y egoísta bienestar (Is 56: 9-11); no hicieron caso, sino que—al igual que hoy en el mundo—pensaban que Dios se había perdido, olvidado de todo. Dios es el mismo ayer, hoy y siempre, que permanece en su palabra (Sal 33:11), no cambia ni devanea como los humanos: inconstantes como las ondas de la mar, movidas por el viento de las épocas y las modas (Stgo 1: 6-7); solo confiando en los dictados de sus corazones, y por ello el profeta enfatizó que: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? (Jer 17: 9-10).

Esta profecía se vió materializada 100 años más tarde (587 a.C) cuando Jerusalém comenzó a ser rodeada de máquinas de guerra e ingenios destructivos por Nabucodonosor, entonces rey del Imperio Babilónico, quien vino con todo su ejército, asediando la ciudad por meses, y finalmente destruyendo sus vecindarios e incendiándola junto a su Templo; llevándose los cautivos a Babilonia, entre vasos, utensilios y cuanto oro se encontró en él.

Llevados a esa Babilonia que se le ha llamado cuna de la raza humana. En 1935 Sir Henry Rawlinson, oficial británico que estaba en comisión al servicio de Persia, encontró al norte de Babilonia una roca de más de 400 metros de altura, con grabados de una época de alrededor del 516 a.C. Esta Roca de Behistún—como ha sido llamada desde entonces—fue la clave para descifrar el idioma babilónico. De 1845 a 1851 Sir Austen Henry Layard descubrió en los alrededores de Nínive y Cala, ruinas de palacios con inscripciones de los reyes mencionados en la biblia, igualmente la biblioteca de Assur-banipal que tendría unos 100, 000 tomos entre escritos y tablillas. Era pues Nabucodonosor cabeza de un imperio poderoso que extendió su dominio sobre gran parte del mundo conocido de entonces; haciendo de Babilonia una ciudad extremadamente bella, más allá de nuestro entendimiento.

Nabucodonosor no olvidó incendiar igualmente las casas de los príncipes del pueblo (2 Ry 21, 8-21), transportando al resto del pueblo a esa Babilonia. Una vez allí padecieron un prolongado exilio que duró 70 años (Jer 25:12; Dn 9:2). En cuanto a lo dicho que de la descendencia real judía tomarían jóvenes para eunucos (2 Ry 20:18) y ministros en la corte y palacio del rey de Babilonia, se vió confirmado no solo por lo ocurrido a los jóvenes hebreos Sadrach, Mesach, y Abed-nego (Dn 3: 1-29); sino que uno de ellos sería el más tarde sabio profeta Daniel (Dn 1: 3-7), amigo influyente y personal del rey...

[Esta y otras profecías del Antiguo Testamento están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Profetas Menores del Antiguo Testamento; impreso y electrónico]

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