Llamarán a Jerusalem Trono de Yahweh.

“Convertíos, hijos rebeldes, dice Yahweh, porque yo soy vuestro esposo: y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de una familia, y os introduciré en Sión…En aquel tiempo llamarán a Jerusalém Trono de Yahweh, y todas las gentes se congregarán a ella en el nombre de Yahweh Dios, en Jerusalém: ni andarán más tras la dureza de su corazón malvado…Y jurarás diciendo, Vive Yahweh, con verdad, con juicio, y con justicia: y bendecirse han en él las gentes, y en él se gloriarán”.

(Jer 3:14-18, 4:2)

¿Cómo sabemos que estamos al final de los tiempos? ¿Cómo entender sin equivocarnos que las señales que vemos a nuestro alrededor: naturales y geopolíticas, no son simples repeticiones de hechos ya ocurridos—de una u otra forma—en el transcurso de la historia humana?

El hecho más importante y determinante que los profetas de Dios usaron para advertirnos sobre el advenimiento del Final de los Tiempos, como premisa para el juicio de las naciones y establecimiento del Reino de Dios, es que ello comenzaría una vez que el moderno Estado de Israel se fundara. Recuerden, estos acontecimientos fueron predichos por estos hombres de Dios en tiempos que Israel estaba sumergido en caos, sufriendo el destierro, o como ocurrió en la última etapa de una diáspora que duró casi 1900 años; es decir, estaban profetizando sobre algo que ni el más crédulo podría imaginar.

En 1948 se funda el Estado de Israel, y como aquí nos profetiza Jeremías en el pasaje que analizamos, uno de cada ciudad y dos de cada familia iban a comenzar el retorno a su tierra; primero comenzando por algo más de 800, 000 judíos, hoy llegando a los seis millones (sin contar los árabes dentro del territorio) y siguen sumando. Pronto regresarán otros—una vez que el antisemitismo crezca en el mundo—y así sobrepasarán sin dudas a los siete millones.

Al ser fundado el Estado de Israel, entonces el conocido en las Escrituras Sagradas como Final de los Tiempos comenzó; y no es por gusto ni en vano que desde entonces los acontecimientos nacionales, morales, históricos y cambios geopolíticos se van ajustando a lo profetizado, como un rompecabezas en el cual asombrosamente sus piezas comienzan a encajar. Los estudiosos de la Biblia lo saben sin titubear, si han recibido la prenda del Espíritu Santo en sus almas.

Aquí el profeta pues se remonta a 2600 años adelante cuando el pueblo judío convertido volvería a su tierra, al final de los tiempos y más tarde, junto al Hijo de Dios: Jesucristo, el Salvador de la humanidad (Mt 19:28), y desde la santa ciudad de Jerusalém (v.17), establezca su trono de justicia y comience el Reino Milenario que cambiará el panorama político y administrativo en todo el planeta (Apoc 20:4-6).

Estas profecías de una u otra forma son repetidas por todos los profetas de Dios en diferentes épocas, reveladas en su Santa Palabra—la Biblia—las cuales seguiremos tratando para comprender y asegurarnos que su contante repetición es muestra fehaciente del carácter de Dios y su advertencia constante, usando el Espíritu Santo a estos hombres profetas del Altísimo, de que un acontecimiento grande llegaría un dia a las costas terrenales, y que el mundo y universo desde entonces serían marcados para siempre con el sello de la Redención Eterna.

Otros pasajes donde el profeta Jeremías se remonta a milenios adelante, especificándonos que desde la santa ciudad de Jerusalém será un dia gobernada la tierra, son: 17:25; 23:3-8; 30:7-9; 31:4-13, 22-23, 31-34, 38-40; 32:37-41; 33:6-9, 14-16, 22; 50:4-5.

El profeta usa con frecuencia al tronco familiar del histórico y famoso otrora rey de Israel David para advertirnos que uno de su descendencia genealógica, sería en quien las profecías del Mesías se cumplirían.

David (Jer 23:5), el renuevo justo (Is 9:6-7; 11:1-2), el Rey (Jer 30:9), la esperanza del final cuando nos asegura que: “En aquellos días y en aquel tiempo haré producir a David Pimpollo de justicia, y hará juicio y justicia en la tierra” (Jer 33:15). El Pimpollo y nuevo vástago o tallo que nace del tronco familiar del otrora rey de Israel es toda una figura del Hijo de Dios: Jesucristo; quien siendo descendiente del rey David, según la carne, y desde los tiempos de Ruth a través de su árbol genealógico (Mt 1:6; Lc 3:32), nacería de la virgen María; y concebido por el Espíritu Santo, vendría a este mundo 600 años más tarde desde que el profeta Jeremías nos lo anuncia, como efectivamente ocurrió (Lc 2:10-11).

La restauración de Israel al final de los tiempos seria la señal definidora del inminente Advenimiento del Mesías de Dios, quien—como Salvador y Redentor—establecería su Reino Milenario de paz y justicia, glorificado por el pueblo salvo de la tierra, aquellos que lo aceptaron y—gracias a ello—fueron perdonados y transformados gracias al holocausto de la Cruz del Gólgota, expiados para gloria del Creador de los cielos y la tierra.

[Esta y otras profecías del Antiguo Testamento están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Profetas Mayores del Antiguo Testamento; impreso y electrónico]

P/D Jerusalém = Jerusalen.

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