Seréis aborrecidos de todos por mi nombre.

“Y el hermano entregará al hermano a muerte…y los hijos se levantarán contra los padres…Y seréis aborrecidos de todos por mi nombre…Porque he venido para hacer disensión del hombre contra su padre, y de la hija contra su madre, y de la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa”.

(Mt 10:21-22, 35)

Esta es una profecía que una vez Cristo la pronunció alrededor del año 32 d.C, hasta nuestros días, se ha cumplido al pie de la letra.

Somos pecadores por naturaleza. Caemos y nos levantamos en nuestras imperfecciones; sin embargo, una cosa es cuando hemos sido parte de esa lucha por la existencia—en casos subsistencia—tratando de caminar por ese camino pedregoso que no está escondido de nuestra vista y acciones, y otra es cuando deliberadamente nos dejamos hundir en el despropósito y pasiones de nuestras adoradas iniquidades y abominaciones; perdidos en el gusto de no ser encontrados.

En un mundo no cristiano por mayoría, que no le interesa saber nada del Dios vivo; perdido en esas lujurias, vicios, inmoralidades, mentiras, traiciones e hipocresías; le es imposible sentirse a gusto cuando—en medio de esas oscuras tinieblas—aparece una luz (5:14-16).

Un cristiano que se enfrenta al mundo, solo por tratar de convertirse en factor ejemplarizante que mueva a otros en arrepentimiento sincero, será objeto de burla—al menos—mientras va luchando por erradicar sus propios errores, abrigado por el Espíritu de Dios, transformándose escalonadamente (con altos y bajos) en nueva criatura (2 Cor 5:17); mientras escala el distinguido camino hacia lo que representa el Señor Jesús en nuestras vidas.

Para los “viejos hombres” (Ef 4:22) esas “nuevas criaturas” se convierten en su natural desvergüenza; en ofensa que debe ser reprimida y silenciada antes que la Luz prevalezca y cada uno tengamos que mirarnos en nuestro deteriorado espejo espiritual. Convertirse en hijos de Dios a través de la obra que representó la crucifixión y resurrección del Unigénito de Dios: Cristo Jesús es para ellos un acto ridículo digno de ser desterrado de su pensamiento; no obstante, se apresuran y entregan sus vidas a cuanto dictador, político, falsas e inanimadas idolatrías, o superestrella de la farándula aparece en el estrado mundial. Semejante estupidez no puede fácilmente ser coronada con el conocimiento de la Verdad.

En un mundo de tinieblas una luz—por pequeña que sea—produce envidia, persecución, y también muerte bajo una impiedad legalista; como le ha sucedido a la historia del cristianismo en el transcurso de los siglos, comenzando desde la mismísima partida del Señor (Hch 1:9). Es por esto que el Hijo de Dios profetizó: “Y seréis aborrecidos de todos por mi nombre” (v.22).

Ello origina igualmente disensión familiar: un hijo, nieta, hermano y pariente, quien por ser cristiano es tomado de la noche a la mañana por fanático, loco y tonto, y por tanto despreciado y calumniado por su propia sangre. Sus familiares no tardarían en denigrarlo, primeramente en silencio, y más tarde en el certamen público de las desventuras cotidianas. ¿Algo nuevo? No, porque el mismo Jesús fue calumniado y menospreciado por sus hermanos carnales (Jn 7:5); padeciendo así la incomprensión de su propia familia.

Este es un mundo desamorado, donde todos hemos sido víctimas de tal frialdad (24:12) en algún pasaje vívido de nuestras vidas. Muchas familias divididas, donde casi es un milagro encontrar una donde no haya existido un divorcio, una contienda irreparable, y algún abuso o incomprensión manipulada. Llenos de injustas acepciones de personas; maniatados e influenciados por el amor al dinero y el poder que representa en este conglomerado esputo en ignorancias.

Mundo, ¿con qué te justificarás en la presencia del Creador? (Apoc 6:8-17). ¿Y con todo acusas a aquellos que—aún muertos en la carne—en espíritu bien y se regocijan por las Buenas Nuevas del Unigénito Verbo de Dios? Escrito esta: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Rom 8:33-34).

[Esta y otras profecías del Nuevo Testamento están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Los Cuatro Evangelios Proféticos; impreso y electrónico]

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