Daniel y los Imperios mundiales.

“Y el rey les dijo: He soñado un sueno, y mi espíritu se ha perturbado por saber el sueno…Daniel respondió delante del rey y dijo: El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos lo pueden enseñar al rey. Mas hay un Dios en los cielos el cual revela los misterios…Y a mí ha sido revelado este misterio…Sus piernas de hierro; sus pies en parte de hierro, y en parte de barro cocido…Mas la piedra que hirió la imágen, fue hecha un gran monte, que hinchió toda la tierra”.

(Daniel 2:3, 27-45)

Estimado lector, el pasaje que citamos de las Sagradas Escrituras, en el libro de Daniel, es largo, así que debes leerlo primeramente, como siempre hemos aconsejado en todas las notas bíblicas que analizamos.

El profeta Daniel, que en el idioma hebreo su nombre significa “Dios es mi juez” es uno de los cuatro profetas mayores, descendiente del tronco familiar del rey David (Dn 1:3), quien fue llevado en cautiverio a Babilonia en el 600 a.C, siendo un jovencito; cuando Joacim, del Reino de Judá en Jerusalém, cumplía sus primeros tres años como rey. Daniel halló gracia delante del rey Babilónico Nabucodonosor y junto a otros jóvenes hebreos fue instruido por tres años en sus universidades, convirtiéndose, por su sabiduría y calidad de profeta, en primer ministro y amigo personal del rey-emperador; influyendo posteriormente en la política y decisiones del imperio.

Esta inmensa imágen profética que el famoso rey Nabucodonosor soñó (v.3) era una visión obrada por Dios, de manera que nadie en la tierra (v.27) podía descifrar tal enigma (v.28-29); solo un verdadero profeta de Dios (v.30) como Daniel; hombre a quien Yahweh Dios le otorgó—teniendo en cuenta sus extraordinarias cualidades humanas (Dn 6:3-4, 10)—una sabiduría única (Ez 14:14-20; 28:3) conocida por todos los que vivieron en su época (Dn 5:11-17); y conservada por los judíos hasta nuestros días.

Este sueño de una gran imágen o estatua era una profecía que anunciaba, en aquel entonces, los imperios que surgirían en el transcurso de los siglos adelante; y de forma general hasta el Final de los Tiempos, cuando Adonai (Cristo Jesús) vendría a reinar junto a su pueblo (Mt 24:30-31).

La cabeza de la imágen era de fino oro y sus pechos y brazos de plata; su vientre y muslos de metal (bronce); sus piernas de hierro; y sus pies parte de hierro, y en parte de barro cocido (v.32-33). Daniel primeramente nos profetiza de forma general, sin entrar en detalles—costumbre descriptiva de la época—enfatizándonos que esta estatua seria “borrada” totalmente solo al Final de los Tiempos; es decir, la profecía abarcaba de cierta manera hasta el final de la historia humana apartada de Dios; hasta hoy. La imágen sería herida con una piedra cortada no con mano de hombre—significando de parte de Dios—que la desmenuzaría completamente, no hallándole lugar nunca jamás.

(Leer libro del autor titulado 'Apocalipsis de San Juan. Interpretación y explicación del libro').

“La piedra que hirió la imágen fue hecha un gran monte que hinchió toda la tierra” (v.34-35). Ello nos augura lo que comenzó en pentecostés los días seguidos de la resurrección y partida de Jesús cuando la Iglesia comienza su actividad misionera; especificándonos que esa piedra: Cristo Jesús, con su obra redentora de la cruz del Calvario, nos ha redimido a los cristianos de todo linaje, lengua, pueblo y nación, para reinar sobre todas las naciones de la tierra, haciendo de este planeta un mundo constituido por un solo pueblo de Dios durante toda la eternidad (Apoc 5:8-13).

Nabucodonosor era por aquel entonces el rey más poderoso de la tierra, cabeza del Imperio Babilónico, dueño absoluto de la supremacía mundial (v.36-38). Este Imperio Babilónico (606-538 a.C) era representado en esta visión e imágen profética como la “cabeza de oro” (v.38). Seguidamente se levantaría otro reino o Imperio Medo-Persa (538-336 a.C) representado aquí como “pechos y brazos de plata” (v.32); poco menor que el Babilónico (v.39), no en extensión sino en cohesión. A este le seguiría el Imperio Griego fundado por Alejandro Magno (336-146 a.C), representado como "vientre y muslos de metal" (v.32), o “reino de metal” (v.39).

A todos estos reinos le seguiría uno más temible y poderoso, representado como “de hierro”: es el Imperio Romano (146 a.C-476 d.C); el cual efectivamente resultó ser poderoso y fuerte como el hierro, sojuzgando al mundo de aquella época, y alcanzando su mayor esplendor desde el 46 a.C al 180 d.C, cuando llegó a extenderse intrépidamente desde el Mar Atlántico hasta el rio Éufrates, y desde el Mar del Norte hasta el desierto Africano. En el 391 d.C se dividió (v.41) en Imperio Romano Occidental e Imperio Romano Oriental; hasta que en el 476 d.C uno primeramente, y en el 1453 d.C el otro, dejaron de existir, aparentemente. El profeta Daniel asombrosamente destella el futuro anunciándolo con primorosa exactitud.

En cuanto a la descripción de que el hierro estaría mezclado con barro (v.41-43) por lo que sería en parte frágil, en parte fuerte, se refiere a la realidad de que nunca desaparecería, sino que resurgiría al Final de los Tiempos; siendo hoy su embrión la Unión Europea, quienes bajo el Tratado de Maastricht firmado el 7 de febrero del 1992, hizo incluso exclamar a sus asistentes la frase: “nos sentimos hoy como en los tiempos del Imperio Romano”.

Esta mezcla de hierro y barro—contrario a lo que otros piensan—se refiere a que nunca desaparecería; porque de las ruinas del Imperio Romano Occidental surgió el Imperio Papal, el cual con fortaleza una veces—decidiendo sobre reyes y príncipes—y más débil en otras ocasiones, siguió dominando al mundo otros mil años en lo que se ha conocido y llamado en la historia como “las tinieblas de la Edad Media”.

Daniel nos profetiza que ese imperio de hierro continuaría haciendo acto de presencia de una u otra forma—como hemos analizado—hasta el Final de los tiempos. De Roma-Vaticano (una vez que se deshaga de sus ancianos), y confabulada con la Unión Europea, harán resurgir súbitamente el Nuevo Imperio Romano Occidental, liderado por el Anticristo (2 Tes 2:3-4), quien tratará de adueñarse económicamente del sistema financiero de las naciones de planeta (ese proceso ya ha comenzado), y por consiguiente del poder político global (Dn 11:39); a través de un dominio que deslumbrará próximamente a muchos, debido al imponente desarrollo de la ciencia y la técnica (Apoc 13:13; 2 Tes 2:9-12). No sabrán los ciudadanos, entretenidos en susurros de última hora, que se ejerce sobre ellos un sofisticado y absoluto control, como la historia no ha conocido jamás, ni aún por los gobiernos más despóticos que registran los anales de la historia.

El profeta nos afirma: “Y en los días de estos reyes, levantará el Dios del cielo un reino que nunca jamás se corromperá, y no será dejado a otro pueblo este reino; el cual desmenuzará y consumirá todos estos reinos, y él permanecerá para siempre" (v.44). Este es el Reino de Dios, encabezado por Cristo Jesús, el Hijo Divino del Todopoderoso (Apoc 1:7-8)...

(Leer también el escrito titulado 'El profeta Daniel: los últimos CuatroImperios de la humanidad').

[Estas y otras profecías del Antiguo Testamento están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Profetas Mayores del Antiguo Testamento; impreso y electrónico]

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