¿Cómo interpretar la Palabra de Dios?
No hay mejor concepto de la Palabra de Dios que ese dado en la Epístolas
a los Hebreos, donde se nos hace hincapié el que Cristo es el resplandor de la
gloria del Padre Celestial, siendo su misma imagen de su sustancia, que
sustenta todas las cosas con la palabra de su potencia (Heb 1:2).
Necesitas ese Verbo escrito no solo en pergaminos o papel, pero también
en tu espíritu, y corazón, porque requiere que nos desatemos de esta vida
material presente—atada de sobremanera a viles concupiscencias destructivas—para
alcanzar las promesas divinas.
Creemos que el apóstol Pablo escribió esa carta dirigida a los hijos de
Israel regados por el mundo de entonces; y muchos de los cuales les era difícil
desatarse de ritos y costumbres dadas por Dios a ellos en el pasado, pero que
ahora ya no eran necesarias, porque fueron sombras de lo que Cristo acababa de
cumplir, ofreciéndose en propiciación por los pecados de los humanos que lo
aceptaran como Señor y Salvador.
Su Palabra es indispensable, y esta carta que el apóstol entregó en
manos de su discípulo amado Timoteo—hijo de madre hebrea, posiblemente de la
tribu de Judá—nos trae ese concepto perfecto del que acabamos de hacer mención,
cuando nos dice:
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más
penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y
aún el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y
las intenciones del corazón” (Heb 4:12).
Conocimiento de Dios y entrenamiento espiritual no son cosas que se
adquieren recién nos convertimos de los caminos mundanos a la senda que nos
conlleva hacia la eternidad. Requiere esfuerzo, oración, y dejarnos amoldar por
el Espíritu Santo que Cristo nos prometió como maestro inseparable, hasta que
lo volvamos a ver a él en su Segunda Venida.
Es muy fácil malinterpretar un pasaje bíblico que requiera ser parte
de una explicación, la cual intenta establecer—o restablecer—una doctrina
importante dentro de las Sagradas Escrituras.
Ratificamos lo que en otras ocasiones hemos dicho acerca de
interpretaciones de doctrinas y mandamientos usando, sobre todo, las epístolas
paulinas, y los profetas a través de los siglos.
Pablo, el apóstol de los gentiles, muchas veces hablaba no palabra
revelada por Dios, sino la de él propiamente dicho; ya que siendo hombre sazonado
en los caminos del Señor y Palabra de Dios, daba por igual su consejo personal
como hombre sabio, y a quienes lo escuchaban. Es así que nos confirma y avisa,
por ejemplo: “... yo digo, no el Señor...”
(1 Cor 7:12).
Como ‘anciano’ en la Iglesia de Cristo, es lógico que pudiera dar su
impresión y opinión en asuntos relacionados con las relaciones humanas y otros
problemas particulares, tal cual plagas que aparecen y desaparecen en
diferentes épocas. He escuchado a otros apologéticos tratando de ocultar esto,
y por tanto afirmando que él no se refería a su propia opinión; cuando es
precisamente eso lo que él mismo nos aclara en esa cita.
De nada vale tratar de tapar cosas razonables, pues lo único que se
consigue es hacerle daño al Evangelio; y amontonar pretextos para los críticos
y recalcitrantes que solo odian todo lo relacionado con Dios. El apóstol, como
un padre a sus hijos en el Evangelio, estaba en su derecho de guiar y mostrar
su lado humano.
Siempre hemos dicho que cuando alguna duda surja, el lector y
cristiano debe ir directamente a los Cuatro Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y
Juan. Allí pueden escuchar a Jesús directamente. Es un privilegio y ventaja que
muchas generaciones antes de las nuestras no la tuvieron; sea porque era my
caro obtener los escritos bíblicos, o porque sencillamente el papado
romano—durante siglos—impidió que la humanidad tuviera acceso a la Biblia, y en
varias ocasiones asesinando a miles y millones de ‘herejes’ que violaron las
leyes y edictos papales, traduciendo la Vulgata latina al idioma común de los
pueblos.
Otra cosa es interpretar algo fuera de tiempo. Pongamos un ejemplo:
“Así que, teniendo sustento y con qué cubrirnos, seamos contento con
esto” (1 Tim 6:8).
Usted no puede aplicar literalmente ese versículo a un ciudadano que
viva en los Estados Unidos de Norteamérica; porque parecería que le hablara a
una persona desempleada o viviendo en las calles.
Aquí si usted no tiene un automóvil no puede ir al trabajo o a un
hospital. Si es pobre, y no tiene herramientas, siempre que el automóvil
muestre tener alguna falla, tendrá que morir en las manos de un mecánico, los
cuales—como los abogados—no tienen la mejor reputación. Lo mismo ocurre con los
médicos: si no tratas de medicarte con medicinas de fácil alcance, terminarás
pagando miles de dólares a uno con un título de doctor, o $300 por una aspirina
en un hospital; de manera que existen necesidades y gastos, los cuales el
ciudadano de tiempos de Pablo no los requería.
Sabiendo esto, usted no puede levantar todo un edificio doctrinal
sobre ese versículo tomado como ejemplo, y muchos otros en que vemos—y bajo los
cuales—se han levantado incluso sectas administrativas.
Debe entenderlo y contentarse con interpretarlo de manera
generalizada; como si el apóstol, para nuestro tiempo, querrá decir: que no
debemos ser codiciosos y vivir constantemente pensando en cuánto dinero podemos
hacer u obtener, más allá de las necesidades inmediatas de la época y sociedad
en que vivimos.
Hay otro aspecto del cual el apóstol Pedro nos advirtió sobre las
epístolas paulinas:
“... Y tened por salud la paciencia de nuestro Señor; como también
nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha
escrito también; casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas;
entre las cuales hay algunas difíciles
de entender, las cuales los indoctos
é inconstantes tuercen, como también
las otras Escrituras, para perdición de sí mismos” (2 Pedro 3:15-16).
El apóstol Pedro, viendo cómo muchos comenzaban a decir que el Antiguo
Testamento ya era abolido, que no servía, y que ahora teníamos libertad de
hacer todo lo que quisiéramos, se vio movido—por Espíritu Santo—de tener que
añadir en ésta epístola acerca del asunto; porque se estaba convirtiendo en
algo serio.
Pablo mismo tuvo que escribir sobre ese tema cuando nos dice: “De
manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, y justo, y
bueno” (Rom 7:12); para seguidamente explicar que de cierto cumple un
propósito de hacernos ver que necesitamos al Salvador.
No todos tienen el don de profecía y enseñanza, aún cuando todos somos
encomendados a expandir el Evangelio de Cristo: “Y les dijo: id por todo el
mundo; predicad el Evangelio a toda criatura” (Mar 16:15). Eso es
correcto, debemos llevar la palabra de Salvación y explicar la necesidad del
nuevo nacimiento espiritual cristiano—a través de Cristo Jesús—pero nada tiene
que ver en que cada uno seamos expertos para establecer doctrinas y cargas
sobre la dehesa del Creador.
Veamos otro parecido en la misma epístola de Timoteo:
“Que prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de las viandas que Dios
creó, para que con hacimiento de gracias participasen de ellas los fieles, y
los que han conocido la verdad” (1 Tim4:3).
Aquí no se refiere a los consejos dietarios que al humano le conviene;
los cuales en el lenguaje hebreo de su tiempo, Moisés nos lo hace ver en el
libro de Levítico 11 y Deuteronomio 14: sobre animales limpios o
impuros, recomendables o no. Dios sabe qué es lo mejor para el hombre. Lo que
ocurre es que desde ese tiempo, hebreos judaizantes trataban de hacerle creer a
los gentiles de que si no cumplían eso, entonces la ira de Dios caería sobre
ellos, poniendo al Señor como un cruel torturador. También les decían acerca de
que la carne que era sacrificada a los ídolos era distinta en comparación con
la común, y es por ello que el apóstol de los gentiles les encomienda el ir a
la carnicería y no preguntar por la carne de dónde salió; en otras palabras, no
estaba hablando de cuáles carnes Dios nos anuncia que eran buenas o no—más
sanas o no—sino el hecho de que el carnicero, en aquel entonces, creía que al
matar al animal, estaba ofreciendo algún sacrificio vivo a su falso dios; y el
apóstol les asegura que el proceso no cambiaba el hecho de que era la misma
carne.
Si usted cree que es normal cada día comer lo que quiera, entonces
hágase un plato de lagartijas del desierto, tipo Dipsosaurus dorsalis, con ratas peludas y moscas. Añádale una
serpiente venenosa, algunos gusanos podridos, y unas pocas cucarachas de las
más grandes, para que también sea pastosa la mezcla. Inmediatamente después ore
al Señor para que se la bendiga y le proporcione una buena y sana digestión...
¡Buena suerte le deseo en ese acometido dietético!
En esa epístola a Timoteo, Pablo—inspirado por el
Espíritu—estaba advirtiendo sobre cosas que ya se veían y otras que se
institucionalizarían en el futuro. Por ejemplo, el celibato eclesiástico, que
ha producido más pedófilos y sodomitas que toda la historia juntada, dentro del
papado romano. En la otra cara de la moneda, están los que han creado nuevas
sectas—las cuales ya existían de antaño—y que impiden comer carne, usando todo
tipo de pretextos y explicaciones. Otras, de pronto se les apareció una
profetiza a última hora en la historia, o
falso líder, diciéndoles que es malo comer alguna cosa más allá de
vegetales; o que la salvación y el agrado de Dios está determinado si comes
esto o lo otro. A eso es a lo que el apóstol Pablo realmente se está refiriendo
en su epístola: a la simulación, la tergiversación, y la manipulación para
apartarte del Evangelio o la salvación que es por fe.
Lo mismo ocurre con la visión que Pedro tuvo en Hechos 10:13-15:
“Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Entonces Pedro dijo: Señor,
no; porque ninguna cosa común é inmunda he comido jamás. Y volvió la voz hacia
él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”.
En ella tampoco se refiere a que ahora podía comer ratas y cucarachas;
sino que Cristo, con su sangre nos limpia a todos: hebreos y gentiles; de
manera que ahora iba—en contra de muchos judíos cristianizados—a llevar el
Evangelio del Salvador también a los gentiles. Note que seguidamente se le
encomienda ir a un gentil (el centurión Cornelio), el cual incluso es muy
probable que comía tal como los judíos, de otra manera—y teniendo en cuenta la
controversia prevalente entre judíos y gentiles—no se nos dijera que es: “justo
y temeroso de Dios, tiene testimonio de toda la nación de los judíos” (Hch
10:22). Sin embargo, vayamos hasta el versículo 45 asegurando que: “se
espantaron los fieles que eran de la circuncisión, que habían venido con Pedro,
de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo”.
Como veis, todo el pasaje de la aparición de Pedro nada tiene que ver
con comida o una instructiva enseñanza sobre qué deben comer los cristianos;
sino simplemente, a los primeros cristianos—que eran celosos judíos cumplidores
de la ley mosaica, orgullosos de lo que comían—el Señor les estaba haciendo
ver que ahora el Evangelio era aceptado para los gentiles igualmente; y un día
todos seríamos UNO, bajo la República de Israel:
“Que
en aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la república de Israel, y
extranjeros á los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.
Mas ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis
sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efe 2:12-13).
Si Dios no te ha dado el don de interpretar las Escrituras,
estableciendo doctrinas y parámetros, entonces concéntrate—por amor a Jesús y
tus hermanos en la fe—a evangelizar, e indicar el camino de la Salvación;
bautizando también en el nombre del Padre Yahweh, del Hijo Yeshua/Jesús, y del
Espíritu Santo: los cuales son, los tres, parte de la Divinidad.
Nuestra experiencia personal nos dice que si lees y estudias la
Palabra de Dios desde el Génesis hasta el Apocalipsis—sin injerencia de secta o
institución—sin cesar, y oras al Señor para que su Espíritu te de
entendimiento... aún las duras rocas, si lo hicieran, entenderían los misterios
del Creador. Lo que ocurre es que se estudia dividida en partes para imponer
doctrinas; y a su vez se encierra en límites establecidos por sectas, para
obtener el propósito de catalogarse como: ‘distinta’, clamando ser la única que
enseña la verdad de Dios.
Muchas veces es en realidad solo la ‘verdad’ de la secta o
institución, quienes en el proceso—y a pesar de que no creen en el Antiguo
Testamento—sí les encanta el hecho de que en ese testamento se recogía el
diezmo. En eso sí que no lo niegan, y de ahí la hipocresía y espacio dado a los
demonios para que hagan de las suyas, y acampen en muchos cuerpos humanos, para
tergiversar la enseñanza de la Palabra de Dios.
Antes de concluir—y como ya hemos escrito en el pasado—recordaremos
que lo mismo ocurre con los profetas de la antigüedad. El Espíritu Santo,
aprovechando hechos similares que les ocurrían en su época y momento, les hacía
entonces remontarse al provenir, y anunciar profecías que señalaban al futuro:
cercano o lejano. Como dos montañas que desde lejos nos parecen estar juntas,
vistas desde la distancia; sin embargo, se encuentran cada una a dos mil metros
o millas de separación. Así una profecía sobre un juicio inmediato es revelada;
pero se remonta igualmente a dos mil años adelante.
Bendiciones en el amor fraternal de Cristo.
Amén.
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Enero, 2020