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Salvación por buenas obras


El hombre fue creado a imagen de Dios, y es por esto que no solo somos un cuerpo espiritual, sino que dada la circunstancias de haber sido destinados para este mundo físico primeramente, también llevamos un cuerpo material: el cuerpo de Adam y Eva—primer hombre y mujer—con el objetivo de anunciar la gloria de Dios en cada paso e instante que nos desenvolvemos.

Por tanto, es natural que queramos hacer buenas obras, y que ellas a su vez nos transmitan señales positivas a nuestro propio ser, mente, e intenciones del alma y corazón.

Nuestros primeros padres cayeron en desobediencia divina; y cebados por el destructor diablo, en su libre albedrío determinaron que no necesitaban esa comunión con el Creador Yahweh, y que les era suficiente sus fuerzas y conocimiento humano para llevar una vida fructífera. ¡Cuán equivocados estaban! ¡Cuán equivocados hemos estado hasta lo que se dice Hoy!

En su inefable sabiduría el Creador no solo hizo al hombre llevando la imagen terrenal de Adam, sino que nos prometió igualmente la eternidad, y para ello estableció un plan que sería elaborado en ese Edén que puso al humano; sin embargo, la codicia y el afán de convertirnos en nuestros propios dioses, alteró por un tiempo—unos milenios—la llegada de esa conversión: de terrenal a celestial.

Dios lo sabía... El es omnisciente, omnipotente, y omnipresente; es lo que llamamos la Divinidad, de la cual se nos ha revelado que está compuesta por tres seres que participaron en nuestra Creación (Gen 1:26; 3:22).... “He aquí el hombre es uno de Nos...”.

Ese “Nos” está compuesto por Yahweh el Creador, Jesucristo Salvador y Verbo, y el Espíritu Santo que nos redarguye y enseña. Ellos comparten las tres cualidades mencionadas de la Divinidad. Así y todo, en esa familia divina, el Hijo es aquel por el cual este mundo fue diseñado y llevado a fruición. La Palabra de Dios revelada a los hombres a través de sus profetas y apóstoles nos dice acerca de Yeshua/Jesús:

“El cual es la imagen del Dios invisible... porque por él fueron creadas todas las cosas que están en los cielos, y que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por él y para él... Y él es antes de todas las cosas, y por él todas las cosas subsisten” (Colo 15-17).

No es broma. Yeshua o Jesús es el verdadero Mesías y Cristo de la humanidad. No es un político, no es un líder mundial con apariencias de santo, ni es un religioso con un traje idólatra.

Dios nos hizo y creó por mano de su Hijo, con un propósito eterno, y así como sabía que íbamos a caer llevando el cuerpo terrenal de Adam, nos preparó uno postrero celestial: “Fue hecho el primer hombre Adam en ánima viviente; el postrer Adam en espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre, es de la tierra, terreno: el segundo hombre que es el Señor, es del cielo. Cual el terreno, tales también los terrenos; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y como trajimos la imagen del terreno, traeremos también la imagen del celestial” (1 Cor 15:45-49).

Necesitas aceptar a ese Cristo Jesús como Salvador y Señor en tu vida para un día, por milagro de Dios, puedas vestir ese cuerpo celestial. Necesitas arrepentirte ante El por tus pecados, por repetir cada día la rebelión de Adam, y te perdonará sin duda alguna. Tenlo por seguro, porque bien dijo de sus seguidores: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán para siempre, ni nadie los arrebatará de mi mano... Yo y el Padre una cosa somos” (Juan 10:27-30).

El Señor conoce sus ovejas, y como el Padre celestial, tiene potestad para darnos vida eterna. No a través de un sistema político humanista y no porque tú te creas que haces buenas obras. Su Palabra nos dice claramente que todos estamos destituidos de la gloria de Dios (Rom 3:23-24); y somos justificados por su gracia, si es que nacemos nuevamente, como El nos indicó.

Se requiere un nacimiento espiritual:

“De cierto de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios... El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu... mas el que no cree ya es condenado [Infierno], porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:1-18).

Nadie puede por sus propias fuerzas entrar en ese Reino prometido ya cercano, a las puertas. Nadie puede por su propio entendimiento digerir y entender la Palabra de Dios, ya que mientras eres incrédulo a Cristo, esa Palabra te sonará naturalmente como una locura (1 Cor 1:18-24). Nadie puede ver la predicación de la Escrituras Santas sino como algo insano, a menos que hayas recibido la porción del Espíritu Santo que has leído ahora; y eso es: en tu espíritu.

Tu alma está compuesta en el centro por una sección espiritual que Dios la diseñó para que tuviésemos comunión con él. El Espíritu Santo tiene que ‘llenártela’—es su depósito (2 Tim 1:14)—con su poder y conocimiento de la Palabra de Dios. Sin ese poder tu conocimiento cerebral permanecerá mundano, y tu conciencia no tiene de dónde ‘sacar’ para que seas redargüido antes de caer en las trampas del maligno; del mismo que hizo caer a Adam y Eva en un comienzo.

Necesitas ese bautismo del Espíritu Santo que el Señor le prometió al fariseo Nicodemo. Y ya hemos escrito sobre ello: nada tiene que ver tampoco con hablar lenguas de demonios o ángeles, ni pretender saltar como una rana, ni creerte que ahora eres superman... no. Los frutos de ese Espíritu en ti serán como instruye Su Palabra:

“Mas el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza: contra tales cosas no hay ley” (Gal 5:22-23).

Entonces tu fe se aumentará no por ver que un falso profeta convirtió una lagartija en mariposa; sino por escuchar y estudiar esa Palabra de Dios, puesto que ella es la substancia de las cosas que esperamos y dadas en las promesas de Dios; y es la demostración de las cosas que no vemos—relacionadas con esas promesas—pero que el Espíritu Santo en nosotros y en tí, te las hará ver como seguras y reales (Heb 11:1-30; Gal 3:11).

El conocimiento e instrucción que el Espíritu Santo te haya dado es indispensable, una vez que hayas aceptado a Cristo, y te haya sellado y marcado espiritualmente, con su prenda y regalo de Dios (1 Cor 1:20-22). Debes continuar en la carrera, hasta llegar al premio de la soberana vocación en Cristo Jesús (Fil 3:8-14).

Ya te cuento como un hermano en Cristo y por eso te advierto. No deseches la Palabra de Dios en su totalidad. Ora al Dios omnipotente para que a través de su Espíritu ese conocimiento te abunde, y que sientas la necesidad de agarrar las Escrituras, letra por letra, coma y punto; pues es así que—mientras estés y habites en este cuerpo mortal—te renovarás cada día:

“Y revestíos del nuevo [hombre], el cual por el conocimiento es renovado conforme a la imagen del que lo creó” (Col 3:10).


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Enero, 2020