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Mi Palabra hará lo que yo quiero.
Hay muchos habitantes en esta tierra—entre ellos falsos religiosos—quienes se han lanzado tras el desvarío de sus propios consejos, perdidos en doctrinas diabólicas, teologías liberales, ideologías humanistas que ignoran al Creador de la vida. Justifican sus patrañas con cuanto medio encuentren a su alcance, y si es necesario, imbuidos en el mismo diablo, son capaces de usar la misma Palabra de Dios y el pretexto de que están ayudando a expandir las costumbres cristianas e incluso el Evangelio, para atraer a sí mismos a seres humanos, esclavizados y encadenados en sus propias concupiscencias, desarmados ante tantas inseguridades y el miedo al qué será mañana, y por carecer de una verdadera comunión y relación con el Señor.
Ya sea mezclados en política con el Cesar, o tomando el nombre de Cristo —a veces disfrazado con un lema o consigna—ceden ante el príncipe de la potestad del aire, mostrándolo a través de sus obras, comportamientos y posturas que dejan mucho que desear. Nadie, ninguno, somos exentos de cometer pecados y equivocarnos agraviosamente, es nuestra naturaleza; sin embargo, una cosa es aceptarlo y buscar ayuda de Yahweh Dios , o hundirnos en el discurso humanístico de que todo lo podemos por sí mismos, y capaces ante todo, avanzaremos en cada una de nuestras pisadas, sin necesidad de clamar a la Divinidad. ¿Acaso ya no enseñan historia en las escuelas? No somos ni honestos en admitir que por más que tratamos, nuestras sociedades nunca han rebasado el más allá del compromiso a ser mejor, pero terminando siempre sumidas en corrupción, abominaciones, violencias y autodestrucción.
Nada justifica al hombre para manchar, manipular, desviar, ignorar, zaherir o envenenar las leyes divinas con el ignominioso sueño y esperanza de ocupar el lugar grande—aunque etéreamente paupérrimo—que creen merecer por algún tipo de don del cual se pueden por un espacio de tiempo pavonear. Por más que intente el humano en ir contracorriente; el Señor lo ha expresado—como en este pasaje que analizamos—bien claro: su Palabra tendrá éxito, será prosperada, y ni diablos, demonios, o puercos humanizados, podrán detenerla. El Plan de Dios no lleva marcha lenta ni retroceso como algunos auguran: va al ritmo establecido por el Omnipotente, Omnipresente, y Omnisciente Creador y Padre Santo .