Aquí Isaías, en el 720 a.C. y ciento ochenta años (180) antes que surgiera el Imperio Medo-Persa con Ciro—su rey—a la cabeza, ya lo llama por su nombre con lujo de detalles. Babilonia (625 a.C), que precedería a los Medos y Persas, no había incluso surgido todavía; y Dios a través de este profeta no solo ya nos anuncia el Imperio que le sucedería, sino también el nombre personal de su rey.
Esto ocurrió años más tarde cuando en el 538 a.C, Ciro, rey de los Persas le concedió—promulgando un decreto—el permiso y libertad a los judíos que habían sido desterrados setenta años antes por el rey Babilónico Nabucodonosor (2 Cr 36:6-23); y así pudieran regresar a su patria, reconstruir la ciudad y el Templo de Dios en Jerusalém, en torno a su vida nacional.
Esto ocurrió años más tarde cuando en el 538 a.C, Ciro, rey de los Persas le concedió—promulgando un decreto—el permiso y libertad a los judíos que habían sido desterrados setenta años antes por el rey Babilónico Nabucodonosor (2 Cr 36:6-23); y así pudieran regresar a su patria, reconstruir la ciudad y el Templo de Dios en Jerusalém, en torno a su vida nacional.