Los nazareos caídos.

“Todo el tiempo del voto de su nazareato no pasará navaja sobre su cabeza, hasta que sean cumplidos los días de su apartamiento…todo el tiempo de su nazareato será santo a Yahweh…Y si alguno muriere muy de repente junto a él, contaminará la cabeza de su nazareato; por tanto el día de su purificación raerá su cabeza; al séptimo día la raerá. Y al octavo día traerá…al sacerdote, a la puerta del tabernáculo del testimonio…”

(Números 6: 1-10)

El nazareo (v.2) que era la persona dedicada o consagrada a Dios por un período de tiempo, debía mantenerse santo durante el transcurso de su nazareato (v.8), como puro ante Dios, no contaminándose en nada; siendo una semejanza de Adam cuando salió de las manos de Dios (Gn 1: 26-27; 2:7), antes de caer en el pecado; es decir: limpio, sin mancha, preparado para ser dedicado o consagrado a Dios; sin embargo, una vez que cayó en el pecado, se contaminó.

Con el nazareo ocurría lo mismo. Si durante el período de nazareato se contaminaba por algún motivo, entonces debía esperar 7 días (v.9), y al 7mo—que resultaba ser el de la purificación—tenía que raparse, cortarse o raerse el cabello, como señal simbólica de haber arrancado de sí mismo, la tal contaminación de la que era objeto. Al 8vo día debía sin falta ofrecer su expiación ante Dios, según el ritual.

El humano fue creado como nazareo de Dios, hecho a su imágen y semejanza…"como uno de Nos" (Gn 1: 26-27; 3:22); pero pronto Caín mató a Abel (Gn 4: 3-11) y desde entonces la contaminación no ha cesado en este planeta, con todo tipo de fuerzas y variantes violentas de prójimo contra prójimo, guerras de naciones contra naciones, de injusticias, muertes sangrientas, egoísmos y manipulaciones. Como en el ritual, hemos sido pues contaminados, arrastrados como decía el apóstol san Pablo: “Porque lo que hago, no lo entiendo, ni lo que quiero hago; antes lo que aborrezco, aquello hago…Porque no hago el bien que quiero; mas el mal que no quiero, éste hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo obro yo, sino el pecado que mora en mí… ¡Miserable hombre de mí! (Rom 7: 15-25).

Aquí—como hemos venido analizando en otros artículos—vemos la representación del Sistema del 7 y el Sistema del 8; ambos señalando a un proceso final que liberaba al nazareo. El nazareo contaminado entonces representa al hombre caído en el pecado, destituido de la obra de Dios (Rom 3:23), y que por disposición divina debe esperar 7 tiempos o Milenios—representado en el 7mo día del ritual—para recibir su expiación definitiva.

Al 7mo Milenio—en el cual estamos ahora—Cristo Jesús, arrancará la contaminación de éste planeta, que como a nazareos caídos en el jardín del Edén, se les presentó desde la Creación su plan de salvación (Gn 3:15). Como mismo era cortado el cabello del nazareo contaminado, el Hijo del Dios, con vara de hierro (Apoc 19:15), rapará la maldad e inmundicias que han hecho del planeta azul: un lugar de sufrimiento, llanto, dolor, tristezas y pasajeras fantasías. Será en medio de la tierra, en medio de los pueblos, como aceituno sacudido, como rebuscos acabada la vendimia, haciendo temblar los fundamentos de la tierra (Is 24: 3-6, 20).

Al 8vo día el nazareo iba a la presencia de Dios; así como en el 8vo Milenio presenciaremos la venida de Dios y la Jerusalém celestial, a donde irán todas las naciones salvas—ya descontaminadas como en el rito que analizamos—a llevar sus glorias y honras (Apoc 21: 1-8, 22-26); bajo un cielo y tierra nueva, y donde la muerte no será más.

[Esta y otras profecías del Pentateuco están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Profecías en el Pentateuco; impreso y electrónico]

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