Confirmaré mi pacto, y sabrás que Yo Soy.

“Antes yo tendré memoria de mi pacto que concerté contigo en los días te tu mocedad, y te confirmaré un pacto sempiterno. Y acordarte has de tus caminos y te avergonzarás, cuando recibirás a tus hermanas, las mayores que tú con las menores que tú, las cuales yo te daré por hijas, mas no por tu pacto. Y confirmaré mi pacto contigo, y sabrás que yo soy Yahweh Dios”.

(Ez 16:60-62)

El profeta Ezequiel se está remontando al final de los tiempos—nuestra era próxima—cuando Cristo Jesús venga, y Jerusalém esté preparada para recibirlo como su Gran Rey.

En ella—y mundo—no solo habitarán los judíos convertidos y salvos por el pacto antiguo (v.60) concertado por Dios con su siervo Abraham cuando le dijo: “Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu simiente después de ti en sus generaciones, por alianza perpetua, para serte a ti por Dios, y a tu simiente después de ti…Isaac, y confirmaré mi pacto con él…” (Gn 17:1-13, 19); sino también los gentiles. Como vemos es un pacto confirmado a su descendencia a través de su hijo Isaac, patriarca del pueblo hebreo, padre de Israel; siendo a su vez Abraham padre de la fe, y por consiguiente de la gentilidad.

Los gentiles que fueron hermanados, en el pasaje que Ezequiel nos profetiza (v.61), al pueblo de Dios a través del Nuevo Pacto (Mt 26:27-29) de sangre derramada por el Hijo de Dios en la Cruz del Calvario; es a quien el profeta se refiere. Ese pacto le abriría las puertas—como dijo Jesús: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo…” (Jn 10:7-9)—a hombres de todas las naciones (Lc 2:30-32) y así todos formando parte de la Iglesia de Jesucristo. Todos, unidos al Mesías Redentor, formarán el sólido pueblo que instaurará un gobierno de mil años (Apoc 20:4-6). Leer en este blog artículo titulado: El Reino Milenario.

Una vez que Jesús encomendó a los apóstoles la formación de la Iglesia, inspirados y guiados por el Espíritu Santo, desde su partida y días de pentecostés; esa gigantesca obra comenzó su marcha para durar por un período de dos mil años, que está a punto de culminar en nuestros días; porque estamos viviendo el Final de los Tiempos; y acrecentando los pasos, que nos empujan llegando a la frontera donde rápidamente se desglosarán los últimos acontecimientos de la década final y decisiva.

Cuando el apóstol san Pablo se aprestaba a visitar Roma, mientras estaba encarcelado en tierra de Israel escribió la Epístola a los Romanos. Habían transcurrido ya 29 años desde la partida de Jesús y de cuando se congregaron en pentecostés. Tres años después de escribir la epístola, el hombre de Dios visita Roma, seguido del apóstol san Pedro, quien tampoco había visitado la ciudad—contrario a lo que sin sentido el Vaticano ha pretendido hacer creer a sus feligreses durante siglos—y es por esto que san Pablo en su epístola no menciona a Pedro entre los que saluda en Roma.

En esa Epístola a los Romanos Pablo certifica: “Porque no quiero hermanos que ignoréis este misterio…que el endurecimiento en parte ha acontecido en Israel, hasta que la plenitud de los Gentiles; y luego todo Israel será salvo; como está escrito: Vendrá de Sión el Libertador, que quitará de Jacob la impiedad; y este es mi pacto con ellos, cuando quitare sus pecados” (Rom 11:25-27). Primero el apóstol, sin temor a estar políticamente incorrecto, llama el rechazo de Israel a aceptar a Cristo como el Mesías prometido, con la palabra correcta: impiedad. Sin embargo, como nos había profetizado aquí—en el pasaje de Ezequiel—el profeta ya había anunciado antes, y afirmado ahora siglos después por san Pablo, que el remanente de Israel se convertiría de corazón a Dios y que todos juntos formarían el Israel de Dios (Gal 6:16), la Iglesia de Jesucristo.

El apóstol san Pablo, mientras declaraba este misterio, igualmente profetizaba dos mil años adelante sobre el—ahora próximo—Advenimiento del Hijo de Dios: Jesús (Yeshúa); pero esta vez no a dejarse crucificar o maltratar, sino como Libertador. El Rey de reyes y Señor de señores que viene a reinar, y a quien Dios Padre le ha sometido todas las cosas debajo de sus pies (Ef 1:20-23).

[Esta y otras profecías del Antiguo Testamento están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Profetas Mayores del Antiguo Testamento; impreso y electrónico]

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