Las profecias bíblicas y el sexo.

 

“Porque en la resurrección, ni los hombres tomarán mujeres, ni las mujeres maridos; mas son como los ángeles de Dios en el cielo”.

(Mt 22:30)

El sexo, como bien dijera Sarah—la esposa del patriarca Abraham—trae especial deleite al ser humano (Gn 18:12), y es unión matrimonial dentro de este mundo material, del cual nuestro cuerpo es parte inseparable hasta tanto no nos llega la hora de partir; es decir, la muerte física.

Igualmente cuando un hombre y una mujer se aman de corazón, lo cual incluye respeto y fidelidad, esa atracción física individual, junto a caracteres que de cierta manera armonizan, y muchas veces metas similares; el sexo—que proporciona hijos y familia—es, en el ámbito creado por Yahweh, una vez que de Adam Dios creó a Eva (en el Edén), algo indudablemente constructivo y creador.

Aquellos que buscaban ocasiones contra el Señor, quisieron ridiculizarlo—en este pasaje que analizamos—al menospreciar la promesa de la resurrección, y para ello usaron como ejemplo a una mujer que había tenido varios maridos, y ¿de quién sería esposa una vez que ocurriera la resurrección? Cristo no niega que en Reino de los cielos exista o no algún tipo de unión; porque donde hay amor, existe la necesidad de socializar, compartir metas y esperanzas, además de ayudarse unos a otros; sin embargo, la pregunta fue maliciosamente expuesta con el propósito de resaltar el aspecto sexual, no el matrimonio como tal.

A través de los siglos este pasaje se ha interpretado de muchas maneras. A veces una secta o institución lo ha usado para hacer ángeles de humanos, cuando el propio Jesús dijo “serán como ángeles”, no que seríamos ángeles. Dios hizo al hombre a su imágen y semejanza, no así a los ángeles. Somos distintos en ciertos patrones de conducta y albedrío. Es impensable que una familia que ha fallecido en el Señor, una vez que ocurra la resurrección, se vean como extraños y que su amor de familia y años vividos en el entramado privado de sus vivencias, sea borrado como inservibles, en un abrir y cerrar de ojos.

Por supuesto que no. El carácter de Dios—quien a su vez ama a su Hijo Unigénito—no es compatible con tal análisis. Nuestras familias lo seguirán siendo por toda la eternidad, y el amor no cesa ni se transforma, sino que crece y armoniza con el propósito infalible y eterno de ese amado Creador que una vez decidió hacernos igualmente parte de una familia superior.

Los que tengan parte en la Primera Resurrección (Apoc 20:6), que son todos aquellos que hayan aceptado a Cristo Jesús como su Señor y Salvador—dueño y conductor—hasta el momento de su Segundo Advenimiento (acontecimiento ya próximo en la historia, 1 Cor 15:51-54); no volverán a conocer el sexo carnal. ¿Por qué?

El sexo digamos que es un mecanismo creado por Dios—con placer transitorio si lo comparamos a la eternidad—para garantizar la procreación y el aumento de la población humana. Una vez que el pueblo de Dios en general, según la inefable e inescrutable Sabiduría de Abba Yahweh, llegue a la cantidad predestinada antes de la fundación del mundo en su Plan Divino; entonces dejaría de tener uso de razón. ¿Estimado lector, dejará usted de ser feliz por ello?

De ninguna manera. La etapa más feliz de un humano—aún si fuera solo en su mente—es la infancia; y en la niñez no conocemos el sexo, tal cual el Señor se refiere aquí. Algo parecido ocurre a los ancianos, felices, compartiendo las experiencias vividas y regocijados en mutuas compañías; sin embargo, tampoco tienen relaciones sexuales activas. Así que cuando no entendamos el por qué Dios ve las cosas con una perspectiva diferente a la nuestra, siempre encerrada entre tiempo y espacio, debemos entonces recordar que: “Cosas que ojo o vió, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que le aman” (1 Cor 2:9).

Una vez que ocurra esa Primera Resurrección (Apoc 20:4-6) y durante el Milenio del Señor—que ya hemos tratado en otras notas—continuará el sexo y la procreación en el planeta; tanto de los jóvenes y niños que vivan en el momento de su Segundo Advenimiento, como los que nazcan durante ese Milenio. Ellos harán una vida carnal similar a la nuestra, a diferencia que vivirán en un mundo donde reinará el amor, la paz y justicia de Dios, y la tierra producirá fértil y abundantemente como en tiempos del Edén; así que—tal como los primeros pobladores de la tierra—vivirán longevamente, multiplicándose por millones de millones.

[Estos sucesos proféticos sobre los últimos tres años del Final de los Tiempos están explicativamente recopilados en el libro del autor titulado: Apocalipsis de San Juan. Interpretación y explicación del libro]

[Esta y otras profecías del Nuevo Testamento están recopiladas en el libro del autor titulado: Los Cuatro Evangelios Proféticos; impreso y electrónico]

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