Preparaos: se avecina el momento de recibirlo.

“El reino de los cielos será semejante a…vírgenes que…salieron a recibir al esposo…he aquí el esposo viene; salid a recibirle…Velad, pues, porque no sabéis el dia ni la hora en que el Hijo del hombre ha de venir”.

(Mt 25:1-13)

Esta es una parábola que el Señor usó educativamente para profetizar sobre su Segundo Advenimiento. Nótese que encabeza la parábola especificándonos sobre algo que “será”; es decir, el Reino que vendría un dia, no que ya exista, aún cuando su máxima expresión—él mismo—transitaba por entre el redil humano. Igualmente especifica que las vírgenes “recibirían al esposo”, no que se irían con él; acentuando así el acontecimiento de su Segundo Advenimiento y juntamiento a su Iglesia.

La misión del Señor—en camino a su crucifixión y resurrección—era hacer hincapié en que: “el reino de los cielos se ha acercado” (4:17); dando muestras, a través de estos pasajes, que la humanidad entraba en su última época general (Era cristiana o Año de gracia), la cual concluiría con la Redención Eterna de aquellos que aman a Dios de corazón y aceptan a su Hijo Yeshua (v.13).

El tema básico es ese futuro—y ya cercano—Advenimiento; cuando tengan lugar “las bodas del Cordero de Dios” (Apoc 19:7-9); y la Iglesia de Yahweh salga a recibir a su esposo (v.1). Aquí el esposo es el digno de adoración, no la esposa, y de ahí que es él a quien se recibe con suma distinción y aleluyas. Esta es una parábola dirigida a todos aquellos que se proclaman cristianos.

El Señor les profetiza que cristianos son aquellos que lo demuestran por sus frutos (7:19-20). Ello no significa que el cristiano sea una persona perfecta y sin pecado; todo lo contrario, pues es el sacrificio expiatorio de Jesús, el producto directo de la causa de nuestra naturaleza pecaminosa. Necesitamos un Salvador o pereceríamos, porque la condición en que estamos no tiene salida a menos que se nos abra esa Puerta al cielo; y un dia vuelva a reinar en este planeta el Edén que Dios ideó desde un comienzo, y seamos vestidos de inmortalidad.

Los que, tomando en vano el nombre del Señor, no les importa más que estar en paz con el mundo aún cuando para ello tengan que negar con sus obras al Creador que predican, se quedarían afuera, sin poder participar en esas futuras bodas; habrán perdido esa virginidad espiritual que proclamaban y alardeaban; no son dignos de recibirle, pasando por desconocidos.

Esos desconocidos son en esta cita los que se nos dice que “cabecean y duermen” (v.5), sin preocuparse por rendir algún fruto para el Reino de Dios (v. 2-3, 8-13); es decir, predicar el Evangelio de Salvación, anunciar las Buenas Nuevas a aquellos oprimidos bajo cadenas de ignorancia y embelecamiento espiritual. Los que entretenidos en sus pasiones y ambiciones se olviden de velar por sí mismos y sus familias, “llegarán tarde al recibimiento” (v.10-11), y el Señor—en un instante apocalíptico—les dirá: “os digo que no os conozco” (v.12).

No se refiere aquí a aquellos que el diablo ha sido lo suficientemente astuto para denigrarlos y difamarlos ante el mundo; poniéndole tropiezos y yugos legalistas, usando para ello a los poderes estatales que nos rodean. Donde haya un cristiano verdadero siempre existirán entes humanos y espirituales tratando de hacerlos caer y exponerlos ante el circo humanista, como si fuesen dignos de fechorías y violadores de leyes aceptadas por el populacho manipulado.

Esta parábola nos hace reflexionar.

¿Es buen negocio disentir con Dios para lograr beneficios terrenales y pasajeros? ¿No dijo el Señor: “Mas buscad primeramente el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas”? Entonces, ¿por qué tú—hombre terrenal—te afanas olvidando al Dador de todos tus beneficios? ¿No hace él, que el sol salga sobre buenos y malos? ¿Por qué no creerle cuando enfatiza que a su Boda entrarán solo los buenos? ¿Y quiénes son los buenos? No los libres de pecado, sino aquellos que se han limpiado y enjabonado, a través y con la sangre derramada por el Cordero del Santísimo; expiando nuestras bajezas, y pidiéndonos solo que velemos, y así podamos disfrutar junto a él, las delicias de recibirlo y vivir un día en armonía, justicia, paz; y donde la muerte no exista, sino que sea sinfonía obsoleta del pasado.

[Esta y otras profecías del Nuevo Testamento están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Los Cuatro Evangelios Proféticos; impreso y electrónico]

{ Haga clic aquí si desea o necesita Contactarnos }