El símbolo del holocausto redentor.

“Y aconteció después de estas cosas que tentó Dios a Abraham…Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, ofrécelo allí en holocausto…al tercer día alzó Abraham sus ojos y vió el lugar de lejos…Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío…En tu simiente serán benditas todas las gentes de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.”

(Génesis 22: 2-13)

Dios le muestra a Abraham—y a su vez al mundo—lo que él haría 2000 años más tarde con su Hijo Jesucristo (Jn 1:14) en el mismo lugar en que ocurriría; y en la obediencia de Abraham hemos sido todos bendecidos.

Abraham semejando a Dios tomó a su único hijo Isaac, y pensando en la segura muerte de su hijo caminó tres días—que simbolizan los tres días hebreos en que Jesús fue a predicar a los muertos: 1 Ped 3:19; 4:6—hasta el lugar donde lo iba a sacrificar.

 El ángel de Dios no se lo permitió (Gn 22: 4, 11-12) después de transcurrir los tres días; y siendo ello una figura de la entonces futura resurrección de Jesús (Lc 24:1, 7, 21) al tercer día. Si hay alguna duda al respecto, diremos que el Monte Moriah donde el patriarca Abraham llevó a Isaac para sacrificarlo por obediencia al mandato de Yahweh, fue el mismo lugar donde dos milenios más tarde el Hijo de Dios fue sentenciado, y seguidamente sacrificado en holocausto como Cordero llevado al matadero, en la cruz del Gólgota, bajo el imperio romano, e instigado por los judíos religiosos de la época.

Abraham fue igualmente un símbolo del Salvador, porque en él se encierran los dos testamentos para formar un todo, catalizador del portador de la eternidad: Yeshua of Nazaret. Si analizamos la vida social de Jesús—frente a la sociedad en que vivió—hoy sería catalogado como un individuo extraño, complejo, fanático, errado, solitario, y muy políticamente incorrecto; causa ésta que siempre ha molestado a la élite política y religiosa de cualquier época.

En el mismo lugar donde el patriarca Abraham llevó a Isaac para ofrecerlo a Dios, es donde Salomón, por orden de Dios y del rey David su padre, construyó—alrededor de mil años posterior a Abraham—el suntuoso Templo de Dios (2 Cr 3:1); en el cual diariamente sacrificaron en holocausto, sobre su altar, y por otros mil años más, el cordero que simbolizaba a Cristo: El Cordero de Dios (Jn 1:29), sacrificado a unos escasos metros de dicho Templo en Jerusalém.

No osarás decir, estimado lector, que todo fue pura casualidad. No existen las casualidades en el curso de la historia.

Baste señalar a modo de admiración las cualidades del creyente Abraham, quien conociendo al santísimo Yahweh Dios—y habiendo visto sus milagros con anterioridad—no dudando de su eterna justicia, nunca titubeó en cumplir el mandato divino en cuanto a su propio hijo; algo con seguridad bien doloroso cuando le fue dicho primeramente, pero su fe en ese Dios que le había dado el título de Amigo, ahora le otorgaba la seguridad que el Dios Todopoderoso—el Shaddai—lo resucitaría y levantaría a su hijo nuevamente después de la muerte (Heb 11: 17-19); usado pues como símbolo a las naciones circundantes de su absoluto control sobre los asuntos concernientes a la vida.

Este inusual hombre de Dios que ya había manifestado su gran misericordia cuando pidió a Dios evitar la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gn 18:23-33); fue de carne y hueso como cualquiera de nosotros, con problemas familiares, terrenales y adámicos en la sociedad que se desarrolló. Sin ser un hombre libre de pecado—porque no existe tal—cuando vemos en su conjunto la trayectoria del patriarca Abraham: su sencillez en tiempos de escases y de riqueza, su amor a toda prueba al Dios Padre que le dio la vida y las promesas eternas; su paciencia centenaria esperando un hijo que no llegaba—mientras todos sus siervos procreaban bajo la bendición de su amo, y tenían familias extendidas—y cuando llegó el momento de poder abrazarlo, ser sometido a la prueba de su existencia, entregando al Creador de la vida ese único hijo por el que había esperado toda su larga vida; entendemos entonces el por qué Dios escogió a este hombre para ponerlo por padre de muchedumbre de pueblos y naciones...

[Estas y otras profecías del Pentateuco están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Profecías en el Pentateuco; impreso y electrónico]

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