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Cuarenta años sin aceite celestial.
Las prudentes tomaron aceite de reserva para sus lámparas, en caso que el esposo—por su autoridad soberana—decidiera alargarse un poco en su regreso (como es el tiempo que estamos viviendo ahora), y las fatuas sencillamente confiaron en su autosuficiencia. Llegó la hora del sueño, de la espera cotidiana, hasta que de pronto apareció el esposo, entre trompetas y jubilosos clamores, ya tarde en la oscura noche; sin embargo, las lámparas de las primeras cinco vírgenes prudentes eran las únicas ardiendo, porque tenían aceite y luz de reserva, guiándolas hasta donde se encontraba la entrada al aposento del esposo. Las fatuas quedaron en la oscuridad, sin encontrar la puerta de entrada a las bodas, y se quedaron afuera; olvidadas en un mundo tenebroso, desalentadas y sin luz.