Los dos (becerro y carnero) representan la obra consumada
de Jesucristo al expiar los pecados de la humanidad
convertida—en la cruz del Gólgota—donde inclusive, y como a última hora, se
convierte el delincuente que próximo a él, le ruega clemencia y perdón;
usándolo el Espíritu Santo como vocero del acontecimiento
culminante que—ahora ya cerca en la historia—pronto presenciaremos cuando le
pide al Redentor: “Acuérdate de mí cuando vinieres a tu reino” (Mt 23:
39-43).
En este ritual se ven el becerro y el carnero: ambos muertos por designio de los sacerdotes de Israel; sin embargo, el becerro fuera del campo, Tabernáculo y pueblo; y el carnero en el altar, entre su pueblo, y a la vista de sus sacerdotes.
En este ritual se ven el becerro y el carnero: ambos muertos por designio de los sacerdotes de Israel; sin embargo, el becerro fuera del campo, Tabernáculo y pueblo; y el carnero en el altar, entre su pueblo, y a la vista de sus sacerdotes.