El Cordero pascual.

“Este mes os será principio de los meses…el diez de este mes tómese cada uno un cordero de cada familia…El cordero será sin defecto…y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes”.

(Éxodo 12: 2-6)

Esta profecía que veremos incluida posteriormente en el ritual oficial—se repetirá nuevamente en el libro de Levítico—se refería y remontaba directamente a 1550 años adelante, al Cordero de Dios Jesucristo (Jn 1:29), quien al ser sacrificado en la cruz del Gólgota era sin tacha, sin defecto, sin mancha ni pecado (Heb 7:26); y es por ello que aquí el cordero del ritual que lo representaría a él, debía estar carente de cualquier tipo de defecto.

Se debía sacrificar en el primer mes hebreo de Abib—que representa nuestro mes de abril—cuando comenzaba la luna llena, que equivalía al día 14 de dicho mes (Ex 12:6; 13:4); y así mismo ocurrió milenio y medio más adelante a Cristo: sacrificado en la cruz en el mes de Abib; en la pascua, entre las dos tardes (Mt 27: 45-46).

“Y tomarán de la sangre y pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas…Ninguna cosa dejareis de él hasta la mañana…es la Pascua de Yahweh Dios…y haré juicios en todos…Y la sangre os será por señal…y no habrá en vosotros plaga de mortandad, cuando heriré la tierra…”

(Éxodo 12: 7-13, 22-23)

Primeramente debemos no dejar pasar y entender la forma en que se untaba la sangre. Si usted empapa el hisopo de sangre y unta en el dintel de la puerta—que es en la parte superior—y seguidamente en los postes de ambos lados, realmente está haciendo la señal de la cruz, pintada con la sangre del cordero pascual. Hasta en ese detalle ya proféticamente se nos indicaba qué tipo de muerte sufriría el Cordero de Dios en la cruz del Gólgota. Dios posteriormente le dice al pueblo, una vez en el desierto, que al entrar a la tierra prometida solo estarían autorizados a festejar esta ceremonia en el lugar que él escogiera para que habitara allí su nombre; y éste lugar resultó ser Jerusalém años después; es decir, los pormenores de dónde y cómo iba a ser sacrificado el Mesías Cristo un día determinado, nos son dados en todas las ceremonias y festividades instituidas por Dios al pueblo de Israel.

Este ritual profético—como vemos—apunta a Cristo, que es la pascua de Yahweh Dios (1 Cr 5:7), en sacrificio de cruz y su sangre (Ex 12:7) nos limpia de todo pecado (1 Jn 1:7), convirtiéndonos en hijos de Dios (Gal 3:26), haciendo una diferencia con aquellos que no creen en la salvación, considerándola un mito o fantasía de fanáticos; no creyendo en el Cordero de Dios, como parte del plan de divino (Jn 17:3), que en la sangre del Mesías selló a todos por la fe, con la prenda del Espíritu Santo (Ef 1:13).

Este ritual abarca aún más tiempo—quizás 3570 años desde esa fecha—cuando al final de los tiempos, en el momento que precede al Advenimiento de Jesús y la tierra este padeciendo un terrible período de tribulación jamás visto; Dios, como aquí esta simbolizando la sangre del cordero (Ex 12:13), ponga una señal sobre sus elegidos que creyeron en la obra redentora del Cordero-Cristo, y así mostrar su potencia—como en los tiempos de las plagas de Egipto—protegiendo milagrosamente y previniéndoles que sean exterminados (Apoc 7:3) bajo un conflicto de envergadura global, y mientras su ira se manifiesta bajo trompetas celestiales (Apoc 11: 15-19) por tanta acumulación de abominaciones, ignorando y olvidando al verdadero Dios que puede proporcionarles paz eterna (Rom 16:20).

En el libro de Apocalipsis se nos revela que al final de los tiempos las plagas anunciadas, no son mas que un reflejo, del simbolismo aquí representado en las ejecutadas sobre Egipto; y por tal motivo veremos entonces el canto de Moisés mostrando la victoria del pueblo (Ex 15: 1-18); y el canto del Cordero (Apoc 15:3) alabando las grandes maravillas del Hijo de Dios que hubo vencido; reflejando igualmente a los dos pueblos: cristiano y judío unidos como un todo.

“En una casa se comerá, y no llevaras de aquella carne fuera de casa, ni quebraréis hueso suyo. Toda la congregación de Israel le sacrificará”.

(Éxodo 12: 46-47)

Así ocurrió—como hemos visto—más de un milenio y medio posterior a la fecha en que sucedía esto. Cristo simboliza, como hemos dicho, ese cordero pascual del ritual (Ex 12:47); siglos adelante sacrificado en la cruz por el pueblo de Israel—como aquí—quienes lo pedían sin misericordia al unísono frente a Poncio Pilatos y a todo pulmón, gritando desaforadamente: ¡Sea crucificado! (Mt 27: 22-23).

Ninguno de los huesos de Cristo fueron quebrantados—aún cuando era una costumbre hacerlo para asegurarse la muerte de los condenados—como cumplimiento fehaciente de lo que se profetiza en este pasaje, cuando al verle muerto decidieron no quebrantarle sus piernas (Jn 19: 31-37). Son muchas las evidencias históricas para ignorar estas profecías.

Igualmente le sucedió a Jesús, cuando José de Arimatea—senador noble miembro del concilio que creyó en Jesús—fue a Pilatos y sin temor de ser ridiculizado, pidió el cuerpo del Redentor para que no amaneciera en la cruz y fuera debidamente sepultado (Mr 15: 43-44); de lo cual Poncio Pilatos se maravilló, porque usualmente los cuerpos de los condenados resistían por más tiempo en los troncos del sacrificio; pero las Santas Escrituras tenían que cumplirse y este ritual lo venía profetizando desde antaño...

[Esta y otras profecías del Pentateuco están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Profecías en el Pentateuco; impreso y electrónico]

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