Tres hombres, un Hijo.

“Cuando yo subí al monte para recibir las tablas de piedra, las tablas del pacto...estuve entonces en el monte cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua…Y fue al cabo de los cuarenta días y cuarenta noches que Yahweh Dios me dió las dos tablas de piedra, las tablas del pacto.”

(Deuteronomio 9: 9, 11)

¿Por qué Moisés estuvo 40 días y no 15, 18 o 20 días? Fue solo al cabo de los cuarenta días y noches sin comer ni beber, que Dios le dió la esencia de los mandamientos recopilados en diez leyes básicas (Dt 5:21) que han recorrido todo el mundo. ¿Por qué?

Porque, además de todo, era un simbolismo profético de lo que ocurriría 1550 años más tarde (Mt 4: 1-2) cuando Cristo Jesús estuvo cuarenta días y noches sin comer ni beber, y solo después de transcurrir esos días, y haber recordado por obra del Espíritu Santo su verdadera esencia, posición, preencarnacion, y misión encomendada por su Padre Celestial: Dios de la existencia, sufrió la tentación diabólica y es a partir de ahí que vemos cómo recibió los mandamientos y poderes milagrosos para comenzar su ministerio que lo llevaría a la cruz y posterior resurrección, como victoria eterna sobre la muerte, y de ahí lo pronunciado por el apóstol san Pablo refiriéndose a la resurrección final, producto directo de esa victoria de Jesús sobre el pecado:

“Y cuando esto corruptible fuere vestido de incorrupción, y esto mortal fuere vestido de inmortalidad, entonces se efectuará la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte con victoria. ¿Dónde está oh muerte tu aguijón? ¿Dónde oh sepulcro tu victoria?” (1 Cor 15:54-55).

Moisés es un simbolismo del Mesías, a quien no solo conoció personalmente, sino que se le apareció a Jesucristo dándole instrucciones de lo que sería su camino al Gólgota (Mt 17:1-3), mostrándonos la similitud de ambos en cuanto a lugar histórico. Moisés era una representación simbólica del futuro Jesús, quien sacó al pueblo de Dios de bajo la servidumbre del Faraón de Egipto, y Cristo quien libera al pueblo de Dios de bajo la esclavitud del pecado y la muerte para siempre.

Los dos testigos (Apoc 11:3-4, 10) que predicarán y testificarán en Jerusalém al final de los tiempos llevarán el espíritu de Moisés y Elías (Lc 9:29-31). ¿Significa esto que serán ellos mismos? Ya veremos. Lo cierto es que Elías no vió la muerte física, como es la costumbre de los humanos, sino que al igual que Enoc (Gn 5:24), fue levantado en una carroza celestial a los cielos (2 Ry 2: 8-15); igualmente vemos a Moisés—en tiempos de Jesús—hablándole personalmente (Mr 9:2-4). Cristo más tarde, recordando al libertador y legislador del pueblo hebreo, afirmó que Dios no era de muertos, sino de vivos; haciendo alusión a que Moisés vivía y estaba al tanto de los hechos que ocurrían.

Es importante recordar que Cristo es el Verbo de Dios (Jn 1:1, 14-18), y que fue él mismo quien le dio la ley santa a Moisés, junto a los diez mandamientos. Es esa ley la que da conocimiento a las criaturas del pecado y por tanto la necesidad de un Salvador; quien al final aplastaría la cabeza del diablo al vencerlo en la cruz, como se le profetizó a Eva en el jardín del Edén (Gn 3:15) al comienzo de la Creación; y es el mismo Jesús que—aunque no reconocido por Israel—iba observándolos en su paso por el desierto (1 Cor 10:2-4).

Moisés recibió esa ley legislativa de los mandamientos de la cual siglos después el Hijo Divino dijo: “Porque de cierto os digo que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas. De manera que cualquiera que infringiere uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos” (Mt 518-9).

Que le sirva a los que enseñan que los mandamientos de la ley son caducos y desechables. Solo la ley ritual (Ef 2:3; He 9:1), y no la de los mandamientos fue abolida; porque Dios no es mutable y es santa (Rom 7:12). Es por ello que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo a sí mismo, no imputándole sus pecados; sino que en esa reconciliación es donde la criatura es perdonada para que pueda ser, por su gracia, cumplidora del santo precepto (1 Cor 5:19).

[Estas y otras profecías del Pentateuco están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Profecías en el Pentateuco; impreso y electrónico]

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