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El rey Nabucodonosor y su amada Babilonia.
Durante siglos Dios había enviado a sus profetas amonestando a Israel por sus falsas idolatrías y cultos satánicos. Por las injusticias hechas en la tierra, el abuso de poder, el olvido de los más desfallecidos y necesitados. La manipulación de la ley para ganancias de una cúpula en detrimento del pueblo, falseando el derecho y la piedad que Dios había demandado hacia el prójimo. Atalayas ciegos, guías de ciegos, ignorantes, como perros mudos que no pueden ladrar, mirando cada uno solo por sus propios caminos y egoísta bienestar (Is 56: 9-11 ); no hicieron caso, sino que—al igual que hoy en el mundo—pensaban que Dios se había perdido, olvidado de todo. Dios es el mismo ayer, hoy y siempre, que permanece en su palabra (Sal 33:11 ), no cambia ni devanea como los humanos: inconstantes como las ondas de la mar, movidas por el viento de las épocas y las modas (Stgo 1: 6-7 ); solo confiando en los dictados de sus corazones, y por ello el profeta enfatizó que: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? (Jer 17: 9-10 ).