No con ejército... sino con mi espíritu.

“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho Yahweh de los ejércitos…la primera piedra con aclamaciones de Gracia, gracia a ella”.

(Zac 4:6-7)

Los profetas y profecías del Antiguo Testamento llegaban a su final, y El-Shaddai—nuestro Dios omnipotente—nos declara que el “Año de gracia del Señor se acercaba”. La Ley de Dios es santa y eterna, pero es su Gracia la que nos perdona y adorna espiritualmente, preparándonos la entrada triunfal a la eternidad.

Aquí el profeta Zacarías profetiza sobre la “Era del Espíritu Santo” y comienzo de la formación de la Iglesia de Jesucristo 500 años adelante a partir de su época; una vez que el Hijo de Dios habitaría entre nosotros revelándonos personalmente el carácter del Padre Santísimo, y el amor que excede a todo entendimiento.

El Espíritu de Dios siempre ha habitado entre los hombres que buscaron a Dios de corazón; sin embargo, una vez que Cristo—la primera piedra—levanta el edificio congregacional, la Gracia del Altísimo sería derramada desde su morada y el Plan de Dios visto claramente, sin misterios y en un mundo que ya dominaba un lenguaje universal (el griego) y nociones evidentes para entender al Logos y Verbo nacido en la carne, a través de la virgen María, lleno de esa Gracia y Verdad.

A partir de entonces aún nuestras conciencias nos revelarían la Divinidad, y el por qué del acto redentorio por el que sufrió, padeció, y resucitó—venciendo a la muerte—el Salvador. Mantengámonos examinando nuestras conciencias, porque así como en medio de una corte se sienta el juez; en el centro del alma se asienta nuestra conciencia. Si en esa nuestra alma la porción que pertenece al Espíritu Santo no es llenada por la Divinidad, entonces nuestro juez (la conciencia) puede ser manipulada por un ente espiritual negativo que ocupe el área originalmente destinada—en nuestra alma incorpórea—al Espíritu de Dios.

La conciencia—al igual que en el mundo material—puede convertirse en un juez despiadado e injusto que os lleve a la perdición, suicidio o depresión constante; manipulada por el falso dios que usurpe y ocupe ese lugar planeado en forma de Dios (en nuestra alma), diseñado a la medida de cada cual y solo para que habite el Espíritu Santo. Sin embargo, si es ocupado por ese Espíritu de Dios, entonces regenera e influye positivamente en nuestra conciencia y nos habla a través de ella; y juzgándonos, no ya abandonada a la suerte, sino influenciada por Dios y con el solo propósito de edificarnos para el bien nuestro, y de aquellos con los cuales interactuamos.

Esto nos sirva para entender la importancia de recibir esa porción del Espíritu Santo que necesita ocupar su lugar en nuestras almas, tal como lo diseñó nuestro amadísimo Creador. Ese depósito Divino—bajo el Año de la Gracia del Señor—solo lo podemos recibir cuando lo aceptamos y dejamos entrar a nuestra vida como Hijo y Mediador entre el humano y nuestro Creador Yahweh.

Lo que sí es manifiesto una vez que el Espíritu Santo habita en nosotros es la Luz del bien que nos provee el Señor, la cual comienza barriendo y luchando contra tinieblas que nos cegaban y agobiaban; manifestando ese nuevo nacimiento espiritual que hace al individuo—una vez recibido el Espíritu Santo—sentirse regenerado, apto para abrazar la esperanza prometida por Dios ante un mundo que ignoraba en su ceguedad; y donde ahora siente la imperiosa necesidad de conocer la Palabra de Dios, esa manifestación del Verbo Divino, y la comunión con aquellos que voluntariamente se agradan en indagar y escudriñar los caminos que conducen al crecimiento espiritual en Yahweh Dios.

Es entonces en este pasaje que el profeta Zacarías nos anuncia la “Era del Espíritu Santo”;  por tanto el Pueblo de Dios, los hijos de Adonai—aún con derecho natural y legal de defenderse luchando por sus libertades—serían unidos y constituidos por ese amor de Dios; pero “no con ejército ni con fuerza” (v.6).

[Esta y otras profecías del Antiguo Testamento están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Profetas Menores del Antiguo Testamento; impreso y electrónico]

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