Los que eran llamados no eran dignos.

“Y envió sus siervos para que llamasen los llamados a las bodas; mas no quisieron venir…mas ellos no se cuidaron, y se fueron…a sus negocios…Y otros, tomando a sus siervos, los afrentaron y los mataron…Y el rey, oyendo esto, se enojó; y..destruyó a aquellos homicidas, y puso fuego a su ciudad…Las bodas a la verdad están aparejadas; mas los que eran llamados no eran dignos. Id pues a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos hallareis…juntamente malos y buenos…Y entró el rey…y vió allí un hombre no vestido de boda..¿cómo entraste aquí…? Atado de pies y de manos tomadle, y echadle en las tinieblas de afuera: allí será el lloro y el crujir de dientes. Porque muchos son llamados, y pocos los escogidos”.

(Mt 22:2-14)

Esta parábola es similar a la de la viña analizada en la nota anterior; donde el pueblo judío ciegamente rechaza al Hijo de Dios. Las bodas del Cordero de Dios son anunciadas al final de la Biblia, en el libro del Apocalipsis (Apoc 19:6-9); y los que no son dignos de participar en ellas, solo les queda la esperanza del infierno; lugar conocido a través de las Sagradas Escrituras como morada donde habita la oscuridad, el calor, sufrimiento, con gran lloro y crujir de dientes.

Detallemos lo más breve posible el significado de cada versículo relacionado con esta parábola de las bodas. Comencemos señalando que Dios envió a su Hijo Unigénito (v.2-4) al entonces pueblo judío, y ellos lo ignoraron (v.5-6), tomándolo por blasfemo, condenado, y burlándose de él (Lc 24:35-39); convirtiéndose finalmente en verdaderos homicidas (v.7). Como hemos dicho, Cristo vino a entregar su vida voluntariamente, y encontró a una mayoría dispuesta a asesinarlo como si fuera un vil bandido, mostrando éstos una malicia diabólica y gran desconocimiento de la Palabra de Dios.

Una vez que Cristo resucitó y se elevó al cielo, sus apóstoles (v.6) se encargaron de continuar la obra, pero finalmente (al igual que los antiguos profetas del Altísimo) fueron también ignorados, afrentados y martirizados por sus conciudadanos, olvidando aquellos que “es menester obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5:27-33); y por tanto no se frenaron en amenazar e injuriar constantemente a los discípulos del Señor (Hch 4:16-21).

Esto no fue del agrado de Dios—y como profetizó Jesucristo—la destrucción sobre el pueblo judío anticristiano no se hizo esperar, comenzando por su propia ciudad capital y Templo (v.7). Esto se cumplió en el año 70 d.C, cuando Tito (hijo del emperador romano Vespasiano) “puso fuego a la ciudad” de Jerusalém, destruyendo totalmente su Templo Santo; y otras calamidades continuaron posteriormente.

Se calcula que en toda esa invasión romana perecieron más de un millón de judíos, contando aquellos que también sucumbieron ante el hambre, la peste, y sus desacuerdos internos que ocasionaron el bandidaje y abusos entre la ciudadela, en los meses que duró el cerco de toda el área comprendida. Una vez conquistada Tito se llevó a Roma dos mil judíos que le sirviesen como trofeo triunfal en su entrada victoriosa, mientras otros cien mil fueron vendidos como esclavos.

Desde entonces comenzó la última Diáspora o Dispersión de los hebreos por el mundo: padeciendo, sufriendo, y en ocasiones siendo exterminados; no obstante, Dios cumplió su promesa de proveerlos donde quiera que estuviesen, y de una u otra forma esta influencia ha sido usada para que las palabras de los profetas llegaran a distintos rincones del planeta. No porque ellos hayan querido, sino porque la minoría ortodoxa siempre se ocupó en conservar algún tipo de religiosidad, incluyendo la lectura del Antiguo Testamento.

Durante alrededor de 1878 años hubieron ido de nación en nación hasta que en 1948 se constituye oficialmente el Estado de Israel; y cumpliéndose las profecías referentes a la época que precederá al Final de los Tiempos. ¿Por qué han sufrido y sido menospreciados?

Por un lado recuerde la maldición que ellos mismos se echaron encima al querer asesinar al Cristo Divino cuando gritaban desaforadamente: “Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (27:25); y a su vez—gracias a ello inefablemente—el Evangelio Cristiano ha sido llevado a todas las naciones. Muchos no gustan mencionarlo, pero la sangre de Jesús lleva un precio muy alto y ellos pidieron con arrogancia y frialdad que cayera sobre su descendencia, sin importarle la magnitud de tal temeridad. ¿Y qué ocurrió? Como nos dice la parábola: “los que eran llamados no eran dignos” (v.8).

Una vez que esto ocurrió—se nos dice simbólicamente—Dios dijo: “Id pues a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos hallareis” (v.9); es decir, id a todas las naciones gentiles del planeta y predicadle el Evangelio de las Buenas Nuevas, para que se salven, y de ellos se nutra mi pueblo de toda la tierra (Hch 28:25-28). Habladle a “malos y buenos” (v.10). ¡Predicad a todos la Verdad del Salvador!

Al Final—ya cerca—Dios tendrá misericordia con el pueblo judío, gracias al pacto sempiterno hecho con el patriarca Abraham, y un remanente de cada tribu de Israel, recibirá al Unigénito Adonai como el Mesías Príncipe (Apoc 7:3-8); echando apreciada y fértil simiente hacia el futuro. Cuando el Segundo Advenimiento de Cristo ocurra (v.11), el Hijo de Dios se encargará personalmente de que la cizaña diabólica sea sacada y arrancada (v.12-13) de entre su trigo cristiano: “Porque muchos son llamados, y pocos los escogidos” (v.14).

Leer también libro del autor titulado: 'Apocalipsis de San Juan. Interpretación y explicación del libro'.

[Estas y otras profecías del Nuevo Testamento están explicativamente recopiladas en el libro del autor titulado: Los Cuatro Evangelios Proféticos; impreso y electrónico]

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